"El chalet de Pablo Iglesias e Irene Montero es una horterada"




Han pasado tantas cosas en las dos semanas desde que se supo que Pablo Iglesias e Irene Montero se habían comprado un chalet de seiscientos y pico mil euros que la noticia está ahora más enterrada que las cimentaciones de la casa de marras. No obstante, todo lo que se dijo en su momento, que fue mucho, tenía que ver más con las circunstancias morales de la compra que con la arquitectura de su vivienda.

Como suele suceder en estas riñas mediáticas, donde se cobran cuentas y vuelan navajazos escritos en tinta y tuit, el barullo público contribuye a ocultar algo que ya está bastante olvidado de por sí: que la decisión arquitectónica también es una decisión moral.

Antes aclaremos el asunto. Uno: Iglesias y Montero, como cualquier persona, pueden gastarse su dinero en lo que les plazca. Si ese dinero está ganado de forma honrada, no hay ningún resquicio moral por el que deban sentirse culpables. Y dos: cuando has predicado (y el verbo predicar es importante en este caso) la bandera de la pureza ideológica hasta transformarla en pureza moral, porque sabes que la demagogia compra muchos votos, es normal que, si te escabulles de esa pureza moral, te merezcas, y te lleves, unos cuantos navajazos por escrito. O sea, que si acusas de tu rival político de vete tú a saber qué por vivir en un ático de 600.000 euros, ya me dirás cómo te las apañas para comprarte una casa que cuesta incluso más.
Una horterada de chalet

Una vez resumidas en un párrafo las decenas de columnas que se escribieron en su momento sobre el tema, pasemos a lo importante: el chalet en cuestión es una horterada infame. 285 metros cuadrados construidos en estilo rústico, con cocina rústica, cuatro dormitorios rústicos y tres baños que, efectivamente, están decorados a tope de rusticismo.


Una de las imágenes de la vivienda de Pablo Iglesias e Irene Montero.

Todo ello sobre una parcela de 2000 metros con piscina rústica, casa rústica para invitados rústicos y unas esplendidas vistas (probablemente rústicas) sobre la sierra de Guadarrama. En definitiva, un apocalipsis de zócalos pétreos y montones de pilares de madera con zapatas de madera y viguetas de madera.

Ojo, cualquier persona tiene derecho a intentar batir la plusmarca mundial de horterez siempre que cacaree un "de gustos no hay nada escrito". En realidad, sobre el gusto se han escrito miles de libros, enciclopedias, vademécums y tesis doctorales, y quien emplea la frase suele ocultar su total desconocimiento ante el tema. Ahora bien, no soy yo nadie para censurar los deseos de un ciudadano anónimo por llenar su piso de Moratalaz con arcos en el pasillo y molduras de escayola en el salón.

La diferencia respecto al caso que nos ocupa es que Iglesias y Montero son representantes públicos y, por tanto, sirven de ejemplo a las preferencias de los ciudadanos anónimos que se identifican con ellos. A todos los efectos, un político es como una celebrity, con la carga añadida de que mientras que la celebrity puede ser perfectamente ignorante, un político aspira esencialmente a ser un gestor. Y la gestión no marida bien con la ignorancia.
Vivir a la antigua

Si el eslogan de la última campaña publicitaria de una conocida marca japonesa de automóviles es 'Conduce como piensas', no es difícil hacer una extrapolación aún más radical a la arquitectura: vive como piensas. Y Pablo Iglesias e Irene Montero quieren vivir a la antigua. Cosméticamente a la antigua. Y, así, proyectan que la mejor manera de vivir, la que eligen los próceres y en la que se fijan los anónimos es la antigua. El aire libre de contaminación o el silencio del bosque son magníficas aspiraciones; envolverlo todo en la estética de la mansión campestre del gerente de un concesionario de lujo es una demostración de ignorancia.


Imagen del exterior del chalet de Pablo Iglesias e Irene Montero.

No tiene mucho sentido disponer de ese aire, ese silencio esas espléndidas vistas cuando las tapas detrás de una maraña de portones medievales y rejas de cerrajería. No tiene mucho sentido pensar en construir un mundo mejor para el futuro y vivir en una casa cuya imagen se extrae desde un pasado falso que se vende como bucólico pero que, en realidad, era arquitectónicamente oscuro, pequeño e insalubre. No es que el chalet lo sea, pero semióticamente lo es, porque su imagen, convertida en símbolo de deseo, lo es.

Por otro lado, sería injusto que la acusación recayese exclusivamente en Pablo Iglesias e Irene Montero, cuando salvo Borja Sémper, no hay ningún político español (y muy pocos en el mundo) que tengan curiosidad, interés o cuidado por lo que significa la arquitectura. Porque la arquitectura no es una cuestión de estilos ni de modas ni de metros cuadrados y ni siquiera de dinero. La arquitectura conforma lo más importante que tiene un ser humano: cómo vive.

Las mejores casas de la historia de la arquitectura no son las más grandes ni las más caras; de hecho, las mejores casas de la historia de la arquitectura suelen costar la mitad que sus vecinas y una ínfima parte de lo que cuesta construir la mansión típica del millonario típico con sus típicas columnatas y sus típicas balaustradas. Por eso los representantes públicos, empezando por el rey y terminando por diputados, alcaldes y concejales, deberían dejar de mirarse en el espejo del millonario típico. Primero por higiene política y representativa; y segundo porque contribuirían a generar mejores políticas de vivienda. Tan solo necesitan entender, y transmitir, que la mejor arquitectura no es la de la fachada más rimbombante sino la que hace que sus habitantes vivan mejor.

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